19 de abril de 2024

ABEL PINTOS Y LA PLAZA QUE SE MIRO EN UNO DE SUS ESPEJOS MAS PLENOS

El bahiense tuvo otra vez al la multitud en su puño y le devolvió una extensa y entregada actuación, desde su condición de artista talentoso y verdadero. Víctor Heredia, al comienzo, comprobó que sus canciones de hace décadas, no sólo tenían sentido sino que están aún en la memoria de la gente. Nahuel Penissi, en tanto, es cada vez más aplaudido y querido; su encuentro con Pintos en el escenario fue uno de esos momentos atesorables del Festival.

Por Alejandro Mareco

El tiempo sólo sucede en este momento. Eso es lo que parecía decir la Plaza de la última madrugada cuando, incluido algún manotazo de la brisa que roció de asomos de lluvia a la multitud que cantaba bajo la luna, volvió a encontrar en su espejo una de las imágenes más intensas y atesorables que guarda de sí misma.
Estaba en el escenario Abel Pintos, una semilla que empezó a fecundar en los festivales de folklore, como bien lo sabe Cosquín que viene contando sus pasos desde el final de la adolescencia del bahiense. Y con él estaba desplegada en todas las respiraciones el increíble magnetismo de su presencia, ese único e irrepetible don que hace que algunos señalados sean capaces de marcar el ritmo de los latidos de un inmenso gentío, hasta mover incluso los hilos de sus emociones.


Pintos lo sabe. Acaso por eso su reacción es sencillez y asombro, que no deja de marcarlos cada vez con sus gestos de ojos húmedos.
Es un artista verdadero; poderoso y sensible en el registro del mundo de sus sensaciones. Pero bien sabe que lo decisivo de su potencia está en eso, en su condición de artista, en la precisión y la flexibilidad de su voz y en el duende que le puede cargar a sus talentos. Por eso puede irrumpir en el escenario sólo con su guitarra y cantar casi susurrando “Como te extraño”, hasta que, recién al final, hace estallar su voz una octava más arriba.
No siempre presenta las cosas del mismo modo. Les pone matices diferentes cada vez. Anoche, incluso, invitó a Milena Salamanca y su notable modo de cantar para compartir el aire de zamba “Milagro en la cruz”, que Abel compuso y grabó en su último disco.
En Cosquín, además, Píntos siempre tiene un momento de introspección folklórica, de buscar adentro la vieja pasión que lo llevó a los escenarios y que cuando desenvuelve zambas y chacareras se vuelve fresca como siempre. Y aunque acordes y letras románticos, más algunas cumbias florecidas, hacen a la marca de su propuesta, Abel Pintos es al cabo un universo.
No dejó de mencionar que este era el Festival del reencuentro, como lo habían dicho otros colegas, sí. Es que no hay manera de sortear la carga emocional que suma el tiempo que vivimos y estamos viviendo en pandemia, y que al año pasado cubrió de silencio la Plaza. Pero el viejo misterio del canto y la gente, de los cantores y las multitudes está de regreso.Y hay capítulos, como el de Abel Pintos, en que todo vuelve a ser como había sido (aunque Nathalie y Pablo, los locutores, insistan en recordar el uso y buen uso del barbijo).
Es entonces cuando la Plaza siente que el tiempo sólo sucede en este momento.

El abrazo y la pandemia

“Un simple abrazo”. Esa es la nostalgia de pandemia que Víctor Heredia dejó plasmada en letra propia y música de Pedro Aznar (más dibujos del gran Tute proyectados en el fondo del escenario). Fue sencillo identificarse con ese impulso del afecto contenido, sobre todo en esa manera de decir del cantor que lleva ya mas de medio siglo en los escenarios desde su debut como artista en Cosquín.
El resto de su presentación saboreó especialmente un manojo de temas de los años ‘80. Víctor Heredia hasta pareció testear la memoria de la gente cuando la dejaba cantando sola “Dulce Daniela” u “Ojos de cielo”. Y una generación después, aquellas letras flotaban en la Plaza, confirmando la fecundidad de su condición de cantor popular.
Siempre respaldado por Babú Cerviño en los teclados y en la dirección musical, más la gran guitarra del cordobés Daniel Homer, Heredia fue exponiendo temas queridas como “Razón de vivir”, y otros que vienen a mostrar la vigencia de sus mensajes, como “Coraje”, y hasta “Todavía cantamos”: no, aún no nos han dicho dónde han escondido las flores.
Víctor Heredia suele no presentar canciones nuevas, por eso la valía del “Un simple abrazo”. Pero a los creadores de un vasto y brillante cancionero como el suyo, tiene trazados ya los vectores hacia los sentimientos e incluso puede confirmar la persistencia de su mensaje, como sucedió anoche. Por eso el público le tributó un agran ovación de pie en la despedida.
Lo que no tiene vigencia es la canción con la que abrió su presentación: “Bailando con tu sombra”. Es una letra condescendiente con la ación de un femicida. Lo que cabe en este tiempo en que al fin pudimos ver la magnitud de esta tragedia, es contar la historia la revés.
Después,Collante-Soraire, la pareja de bailarines triunfadora del PreCosquín en la categoría danza tradicional (ganadora primero de la sede Alderetes, Tucumán), refrescaron con sus pañuelos la infinita gracia de la zamba.


Y a continuación, Lucía Ceresani, bonaerense de Berazategui, trajo otra vez, con la buena salud de su calidad expresiva, las profundas y casi quietas sensaciones cantadas del inmenso cosmos de la pampa bonaerense y la suerte de su gente.
La postal de provincia que siguió dejó a Santiago del Estero desplegando un homenaje tan original como merecido. El instrumento la sacha guitarra atamisqueña ocupó el centro del desvelo musical, y con él, la memoria de su creador, Elpidio Torres, que la presentó por primera vez ante sus pares, músicos y comprovincianos, hace nada menos que 50 años. No sucede todo los días que alguien haga un aporte tan valioso, Por si fuera poco, el notable compositor y cantor Horacio Banegas sumó su voz al tributo.

Penissi y Abel en puntas de pie

A continuación, Nahuel Penissi, cada vez mas aplaudido y querido, subió otro peldaño en la preferencia de la gente. Siempre con su guitarra en el regazo y sus ojos presintiendo la maravilla que lo aplaude, dejó su sentir folklórico tendido, además de reconocerse en el coro de la multitud con su tema “Universo paralelo”, que sigue un patrón romántico y que le ha dado una llave nueva.


Y cuando, sobre el comienzo del final, arrancó con “Fuego en Animaná”, la Plaza de pronto deliró: casi en puntas de pie entraba al escenario Abel Pintos para acompañarlo a cantar. Fue uno de esos momentos preciosos, cargados de afecto y sencillez entre artistas, capaces de construir una huella en el infinito recuerdo de la gente.
Luego, el cierre con “Ojalá”, del cubano Silvio Rodriguez, que se reflejó canturreada por la Plaza, le puso un valioso y singular cierre a la presentación de Nahuel, que acaso se encamine, como muchos presienten, a la Consagración.
Antes del intenso y extenso final que entregó Abel Pintos, pasaron La Charo (Charo Bogarín), en otro capítulo de su búsqueda de su identidad solista, en este caso con la música latinoamericana como estandarte. Contó con invitados destacados, como el actor Juan Palomino, y el talentosísimo armoniquista rosarino Franco Luciani, que además recordó que hace veinte años Cosquín lo señalaba como Revelación del festival (luego sería Consagración).
Y Fabricio Rodriguez, que hace artificios ligeros con la armónica y canta con poca consistencia pero que al cabo consigue hilvanar un set que levanta al público, fue la antesala del momento cumbre.
Sucedió cuando Abel Pintos puso a la Plaza frente a uno de sus espejos mas vivos e intensos.